martes, 31 de marzo de 2009

DESPEDIMOS A RAMIRO!!!

Despedimos a RAMIRO!!!
En la foto: Gustavo, Ramiro y Jefferson.


En el programa despedimos a Ramiro, ya que su pasantía por la 105.7 FM Radio Manises ha culminado.

Ramiro fue quien ha venido haciendo el Control Tecnico y Colaborador en "Conectando con Latinoamerica" de esta temporada 2009.

Un muy buen compañero, tecnico y persona.

HASTA PRONTO RAMIRO!!! :)


CIUDADES PERDIDAS - Paititi

PAITITI - PERU
entrevistado: Antonio Dolera
Paititi o Paitití es una ciudad legendaria de la cual se dice está actualmente perdida al este de los Andes, escondida en alguna parte de la selva tropical del sureste de Perú, norte de Bolivia y suroeste de Brasil (especialmente en la región del Acre).Es una "continuación" de El Dorado porque ésta ciudad era rica en oro.
Leyenda [editar]En Perú la leyenda gira en torno al héroe cultural Inkarri, quien después de fundar Q'ero y Cusco se retiró hacia la selva de Pantiacolla, a vivir sus últimos días en la ciudad de su refugio, Paitití.
Otras versiones de la leyenda habla de Paititi como un refugio de los Incas en la zona fronteriza entre Bolivia y Brasil.
En Bolivia, muchos exploradores españoles la buscaron,descubriendo pueblos indígenas que fueron evangelizados posteriormente por los misioneros.Llegaron a toparse con cantidades de oro,pero no era lo que se describía según la leyenda del Paitití.
Túpac Amaru II [editar]El 4 de noviembre de 1780 se inician el movimiento de José Gabriel Condorcanqui contra la dominación española, adoptando el nombre de Túpac Amaru II, en honor de su antepasado el último Inca de Vilcabamba. Túpac Amaru se declara Inca y además Señor del Amazonas con dominio en el Gran Paititi, y jura con el siguiente bando su coronación: "...Don José Primero, por la gracia de Dios, Inca rey del Perú, Santa Fe, Quito, Chile, Buenos Aires y Continentes de los Mares del Sur, Duque de la Superlativa, Señor de los Césares y Amazonas con dominio en el Gran Paititi, Comisario Distribuidor de la Piedad Divina, etc...".[1]
Supuesto descubrimiento [editar]En 2001, el arqueólogo italiano Mario Polia descubrió en los archivos de los Jesuitas en Roma un informe del misionario Andrea López. En este informe, cuyo origen data de alrededor del año 1600, López habla de una ciudad grande, rica en oro, plata y joyas, ubicada en medio de la selva tropical, cerca de una catarata llamada Paititi por los nativos. López informó al Papa de su descubrimiento, pero algunas teorías conspiracionistas cuentan que el lugar exacto de Paititi ha sido mantenido en secreto por el Vaticano.
Quienes suponen que el mito refleja una realidad concreta, sugieren que la ciudad del Paititi y sus riquezas se encuentran probablemente en las selvas montañosas del sureste peruano, en el departamento de Madre de Dios, en algunos de los valles actualmente íncluidos dentro del Parque Nacional del Manú, al este del Cerro Atalaya, hacia los lugares llamados Pantiacolla en cuyas cercanías existen sugestivos montículos llamados "pirámides" de Paratoari, aunque estos llamativos montículos piramidales vistos desde el aire y recubiertos de densa yunga parecen ser formaciones geológicas naturales.
En cuanto a la malograda expedición realizada por Percy Harrison Fawcett, éste buscaba una ciudad perdida en la Amazonia en zonas próximas a las fronteras de Brasil con Bolivia y Perú, a tal ciudad le dio el nombre Ciudad perdida de Z, en las hipótesis de éste explorador tal ciudad se confundía con la supuesta del Paititi aunque más al este, en la región del río Xingú (o Shingu). Lo más probable es que Fawcett haya mal interpretado textos (en los que resonaba la leyenda del Paititi) y relatos antiguos creyendo que el sistema de grandes aldeas pobladas por amazonidos agricultores e interconectadas por pistas constituían una urbe en el sentido usual de la palabra (con palacios y edificios de mampostería).
Exploradores
Desde entonces, se han llevado a cabo investigaciones más serias asociadas con Paititi en lugares perdidos de montañas y selvas peruanas. Algunos de estos nuevos exploradores han sido el médico y explorador peruano Carlos Neuenschwander Landa, el sacerdote salesiano argentino Juan Carlos Polentini Wester, por informaciones y relatos del hacendado Aristides Muñiz Rodríguez de la zona de Lares y Lacco como lo relata el libro "Paititi En la Bruma de la Historia", y "Paititi" de Editorial Salesiana y, desde 1984, hasta fechas reciente (2007), el psicólogo/explorador Gregory Deyermenjian (EEUU) y el explorador/cartógrafo Paulino Mamani (Perú).

En este programa entrevistamos a Antonio Dolera Cameraman que participo en la documentacion y expedicion en el año 2007 en la busca de Paititi en Peru.
Un enlace de interes para visitar sobre este tema: http://www.granpaititi.com/ES/accueil.php

CIUDADES PERDIDAS parte 2 y 3

CIUDADES PERDIDAS
Parte 2 y 3


En 1911 en territorio peruano, el historiador norteamericano Hiram Bingham, experimentaba la inmensa sorpresa de encontrar, tapada por el follaje, la majestuosa ciudadela de Machu Picchu, centro ceremonial inca que permanecía "perdido" desde hacía más de cuatrocientos años. También Bingham, respetando la tradición de todo explorador, había sido conducido por los manuscritos de un cronista español del siglo XVII, Fernando de Montesinos. En éstos, y en muchos otros casos, ciertas variables se repiten. Variables que la literatura de ficción hizo propias y que consiguen todavía captar el interés de miles de lectores contemporáneos.




Cuando uno se mete en la piel de cualquier explorador reconocido, y accede a sus propios relatos de viaje, se detectan una serie de pasos que parecieran ser obligatorios. En primer lugar, la fuente documental encontrada al azar en alguna polvorienta biblioteca y a la que nunca nadie antes le prestara atención. En segundo término ubicamos a la expedición propiamente dicha, con sus sacrificios, sinsabores y peligros.




El explorador queda en un segundo plano y el paisaje, los insectos y el clima pasan a ocupar la escena. "El mito de El Dorado ha sido la concreción más tenaz de la noción mágica de la riqueza que caracterizó a los pueblos de Occidente. La riqueza era algo que se encontraba por azar y fortuna. Fortuna y azar eran la misma cosa, aquella deidad que rodaba insegura sobre una alada rueda. La riqueza era el tesoro oculto que se topaba por suerte o por revelación sobrenatural. Desde el tesoro del Rey Salomón y la cueva de Alí Babá hasta las hadas amigas que regalaban palacios, ciudades y reinos, el descubrimiento de América (o el de cualquier zona inexplorada) le dio, a esas viejas creencias en la riqueza prodigiosa, un asiento y una posibilidad ciertos" . Sorprende, pues, observar cómo detrás de toda ciudad perdida brilla siempre el sueño del oro. Ese sueño se mantuvo, persistió largamente; y, aún hoy, en países como el Perú, es imposible no pasar un día sin escuchar hablar de tesoros o "tapados" perdidos.La riqueza fácil sigue siendo un sueño compartido por muchos, máxime si la época es de crisis.



-------- Parte 3



América, lejos de desechar los viejos mitos, alimentó y ofreció nuevas fuerzas. Sus regiones, aún inexploradas a fines del siglo XIX (19), especialmente en la zona amazónica, continuaron conservando la posibilidad de encontrar en ellas los restos de civilizaciones perdidas. Una de ellas, citada por Platón en el siglo IV a. C., y revivida, con enorme éxito, por la Teosofía y la prédica de místicos y charlatanes, pareció ponerse de moda. Estamos haciendo referencia a la misteriosa Atlántida; esa que se hundiera en una sola noche, llevándose sus avances y conocimientos al fondo del mar, pero dándole tiempo a sus últimos y precavidos habitantes a viajar hacia América y dar origen a las sorprendentes culturas precolombinas.




Los incontenibles deseos por encontrarla realmente se fueron acumulando a lo largo de los siglos. Incluso en nuestros días una expedición británica intenta rescatar el pasado atlante en el Altiplano boliviano Con fecha 23 de marzo de 1998, una agencia noticiosa lanzó al mundo la primicia de que el explorador John Blashford-Snell, junto con un equipo de arqueólogos bolivianos, había localizado a orillas del río Desaguadero (que desemboca en el lago Titicaca) un gran pedestal y dos estatuas correspondientes a la civilización preincaica de Tiahuanaco y que, según el explorador inglés, podrían indicar que están bien encaminados en la búsqueda de los restos de la mítica ciudad de Atlántida, que él ubica en el sitio del lago Poopó. Pero Blashford-Snell no es, ni ha sido el único, en buscar la imaginaria tierra de Platón en suelo americano. Tuvo un antecesor más audaz y soñador. Nos referimos, pues, al coronel Percy Harrison Fawcett. Las ciudades perdidas fueron su gran debilidad y es, con seguridad, el explorador que mejor supo captar la emoción que despiertan los rumores y las leyendas de la selva, respecto de ellas. Todo su peregrinar por Bolivia, Perú y Brasil estuvo, de algún modo, motivado por esos cuentos, que lo guiaron e hicieron ver aquello que, efectivamente, deseaba ver.




En Fawcett se condensan, como en pocos, los más exóticos delirios exploratorios; esos que van desde monstruos prehistóricos, hasta ruinosos restos cubiertos de moho, pertenecientes a la legendaria Atlántis. En él, el rumor fue una fuente fidedigna de información. Indios, caucheros, bribones y poco confiables funcionarios públicos, se transformaron en las catapultas que lo impulsaron a recorrer miles de kilómetros de insumisa selva, tras comentarios que raras veces trataba de confirmar. Pospuso durante años la "gran expedición de su vida", en la que encontraría la ciudad que él denominaba con la letra "Z"; y quiso el destino que en ese proyecto, concretado en 1925, perdiera su vida. En su crónica de exploraciones, Fawcett relata las circunstancias prototípicas de un encuentro casual con ruinas perdidas (circunstancias que todavía en la actualidad son posibles escuchar cuando uno se interna en la selva amazónica).




En cierta oportunidad cuenta que "Se habían descubierto aquí (Matto Grosso) inscripciones en las rocas y cerca del pueblo de Conquista un anciano que regresaba de Ilheos una noche perdió un buey, y siguiendo sus huellas por el matto grosso, se encontró en la plaza de una antigua ciudad. Pasó debajo de los arcos, encontró calles de piedra y vio, en el centro de la plaza, la estatua de un hombre. Aterrorizado, huyó de las ruinas. Esto me hizo pensar que quizá este anciano había tropezado con la ciudad de 1753 (ciudad que Fawcett buscaba, y de la que había leído por primera vez en una antigua crónica portuguesa, con la fecha en cuestión). La obsesión del coronel inglés por encontrar la ciudad "Z" se sostuvo firme durante toda su vida. La desaparición que sufriera en la jungla brasileña (1925) y la publicación postmortem de su libro, desataron las ansias reprimidas de muchos por imitarlo y, detrás de sus esquivos pasos, siguieron desapareciendo exploradores. El misterio de la ciudad se agigantó con el misterio de su muerte y, aún después de haber transcurrido setenta y ocho años desde que se tuviera la última noticia de Fawcett, la leyenda sigue atrayendo al público, y el Times de Londres manteniendo vigente la recompensa por tener noticias fidedignas del explorador.




El ejemplo de Percy H. Fawcett es paradigmático. Su relato condensa el espíritu de muchas de las crónicas, españolas y portuguesas, de la época de la conquista de América; sus comentarios y actitudes (que creemos recreadas y adornadas, varios años después de haber vivido sus experiencias en la selva) recibieron también el innegable aporte de la literatura de ficción y aventura de su época. Las referencias que el propio autor hace de Arthur Conan Doyle ya han sido analizadas; pero hay otro ejemplo que permite intuir que Fawcett escribió en realidad una novela de su propia vida. En el capítulo 1º de "A Través de la Selva Amazónica", tras contarnos los esfuerzos de un anónimo cronista del siglo XVIII (18), que él bautiza antojadizamente con el nombre de Francisco Raposo, Fawcett hace pública una historia que define como "fascinante". Cuenta del hallazgo de un documento portugués, "que aún se conserva en Río de Janeiro" , en el que se especifican los pasos seguidos por un grupo de aventureros, encabezados por el tal Raposo, y las circunstancias fortuitas del encuentro con una ciudad perdida.



----------- fin de introduccion a ciudades perdidas ----------



Material facilitado por:
Fernando Jorge Soto Roland Profesor Universitario en Historia UNMdP- Argentinaweb
Del Libro: Vilcabamba “La Vieja” y su espíritu de resistencia .
En el programa entrevistamos a Fernando Jorge Soto Roland quien nos contó sobre su experiencia en la expedicion a Vilcabamba La Vieja en el año 1998.
Enlace a su pagina web donde podran leer mas: http://letras-uruguay.espaciolatino.com/aaa/soto_fernando/la_pampa_de_los_fantasmas.htm

lunes, 30 de marzo de 2009

CIUDADES PERDIDAS - Introduccion

LAS CIUDADES PERDIDAS
Por Fernando Jorge Soto Roldan.

La ciudad ha sido considerada, desde los tiempos clásicos, foco de civilización, humanidad e ímpetu antropocéntrico. Ideal mismo de elevación intelectual y moral, la ciudad occidental fue la protagonista de un proceso secular —iniciado aproximadamente en el siglo XIII d.C.— que dio por resultado —durante los siglos XV y XVI— una nueva mentalidad que generalizamos con el nombre de burguesa.
Esta mentalidad, más fáctica, materialista y profana que la medieval, toma cuerpo y preponderancia en una Europa que se abría al mundo después de centurias de encierro y repliegue en sí misma. Así todo, los descubrimientos geográficos inaugurados por Cristóbal Colón en 1492, revivieron antiguas fantasías, profecías, leyendas y mitos, mostrando que las viejas estructuras clásicas y medievales aún permanecían ocultas, pero vigentes, detrás de los novedosos comportamientos modernos. Y esto es comprensible; ya que, como escribió Johan Huizinga, los cambios en historia nunca son verticales (abruptos), sino que se dan transversalmente, permitiendo que lo viejo conviva con lo nuevo; especialmente en el campo del imaginario colectivo.
La inmensidad del continente americano, sus espacios incultos (según la óptica eurocéntrica), sus selvas, montañas e inimaginables sociedades aborígenes, conformaron el escenario de maravillas en donde todos los sueños mediterráneos eran posibles. Antiguos mitos y leyendas resurgieron; ésos que el historiador Juan Gil llama "mitos áureos de la frontera". Y fueron en esas fronteras (entre lo urbano y lo rural; entre la civilización y la barbarie) desde donde se proyectaron a zonas desconocidas todo aquello que Europa no había logrado dar.
Un sentimiento milenarista los embarcó a todos, y el delirio aumentó ante lo ignoto, imposibilitando el dejar de soñar. La riqueza fácil, el honor, el prestigio, como también el hecho concreto de poder encontrar las míticas localidades, aludidas en la bibliografía teológica y profana de la Edad Media, se exacerbó en suelo americano. Posteriormente, y pasados unos siglos, cuando nuevas porciones de tierra se abrieron a los intereses de Occidente, esos mismos mitos, aunque acondicionados a los nuevos tiempos, volvieron a aparecer. Y tanto el oro, como las ciudades perdidas fueron (y siguen siendo) una constante interesante de analizar.


Desde el mítico El Dorado (nombrado y perseguido por los conquistadores españoles del siglo XVI) a la legendaria ciudad perdida de Zinj, que la tradición ubica en las selvas tropicales de África Central (y que el novelista Michael Crichton rescatara del olvido para colocarla como centro de su novela Congo), las ciudades perdidas han venido enriqueciendo la literatura y la exploración.
Su atractivo se mantiene vigente y, temporada tras temporada, los románticos que quedan en el mundo alistan sus mochilas y siguen partiendo en su búsqueda. Las hay de todos los metales y tipos. Están las habitadas y las deshabitadas; las ubicadas en lo alto de las montañas, en las impenetrables marañas selváticas o, incluso, las construidas bajo tierra. Pueden ser de oro, plata o marfil.
Puede que estén encantadas, o simplemente protegidas por mil peligros, para impedir el acceso de extraños. Pero el encanto que todas las ciudades perdidas encierran es que, precisamente, están perdidas.
No nos vamos a detener aquí a analizar las infinitas expediciones españolas de la época de la conquista, que salieron tras las huellas de El Dorado; para ello remitimos al lector a "La Noticia Rica del Paititi" (
www.la-lectura.com) en el que intentamos una aproximación al mito más duradero y fascinante de los Andes peruanos. En este artículo, que por supuesto se complementa con el texto mencionado, trataremos de mostrar aquellas ideas fuerza que se siguen asociando con la temática de las ciudades perdidas, refiriéndonos específicamente a las búsquedas practicadas durante los siglos XIX y XX, en territorio americano.


Como hemos sostenido en otra oportunidad, las exploraciones estuvieron siempre incentivadas por el misterio de ciertas regiones y sociedades. Lo legendario y lo prohibido, lo mítico o lo perdido, aparecen con frecuencia como los más profundos movilizadores de hombres, y estructuran un componente indispensable del ser romántico. De todas las cosas que pueden haberse extraviado a lo largo de la historia no existe nada más atractivo que una ciudad.
Del enorme catálogo de ciudades perdidas que existen, sólo un pequeño porcentaje de ellas ha sido efectivamente encontrado. Sucede que, en su gran mayoría, aquellas que se han buscado por décadas, jamás tuvieron una realidad concreta. Como en el caso de los monstruos de las leyendas, estas elusivas urbes se niegan a revelar fácilmente sus secretos; razón por la cual son difíciles de olvidar y fáciles de convertirse en obsesión. Paradójicamente, los lugares que nunca existieron han sido los depositarios de una inversión de capital y de sacrificio humano enorme.
Pero el mito rara vez desaparece y los descubrimientos que se realizan no hacen otra cosa que transformarlos y aumentarlos. "Si tal ciudad que se creía perdida para siempre ha sido hallada, ¿por qué no puede suceder lo mismo con tal otra?". Este sencillo argumento ha sido encontrado en boca de grandes exploradores que, con mayor o menor fortuna, se lanzaron en la búsqueda.
En 1839, un joven abogado norteamericano, llamado John L. Stephens, ingresó en Honduras con los manuscritos de un cierto coronel Garlindo en la mano. El militar hacía mención de extraños monumentos perdidos en la selva de Yucatán y América Central; y refería que, en un documento del año 1700, se hablaba de antiguas edificaciones a orillas del río Copán, en Honduras. Stephens se entusiasmó con la idea y, junto al magnífico dibujante Frederic Catherwood, decidió partir para descubrir el misterio.
Tras innumerables contratiempos (entre los que encontraron la cárcel misma), el abogado contrató algunos guías nativos y se internó en la selva tropical. Luego de largos días de caminatas, martirizados por los insectos, la humedad y las lianas, los exploradores alcanzaron una pequeña aldea india a orillas del tan buscado río. Nadie conocía nada sobre las ruinas que referían los documentos que habían leído los gringos.
Desalentados, decidieron hacer una visita final por los alrededores y, como en las novelas, a último momento, después de despejar una cortina de ramas, Catherwood se topó con una estela de tres metros de alto, cuadrangular y completamente esculpida en sus cuatro caras. Era una muestra de arte completamente desconocida en las Américas. Entusiasmados con el hallazgo siguieron explorando y sacaron a la luz otras trece estelas; más tarde escaleras, pirámides y palacios. Una nueva civilización acababa de salir del olvido: la Maya.
Stephens y Catherwood registraron y dibujaron todo lo que pudieron, y cuando la oportunidad se presentó (bajo la figura de un indio llamado José María, que poseía un arrugado título de propiedad sobre los terrenos), compraron las tierras, con ruinas incluidas, al "exorbitante" precio de cincuenta dólares. Ya de regreso a los Estados Unidos, Stephens escribió y publicó el relato de su viaje, enriquecido con los dibujos de su compañero, logrando un éxito enorme.
Otro afortunado explorador de fines del siglo pasado fue el arqueólogo americano Edward Herbert Thompson, quien, en las soledades de la retorcida selva al norte de Yucatán, descubrió, junto con su guía indio, las monumentales ruinas de la ciudad más famosa del nuevo imperio maya: Chichén Itzá. Al igual que Stephens, Thompson había sido conducido por una crónica; la del primer obispo de Yucatán, Diego de Landa, quien en 1566 escribiera su Relación de las cosas de Yucatán.

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Gustavo - Vicky - Jefferson - Ramiro.