CIUDADES PERDIDAS Parte 2 y 3
En 1911 en territorio peruano, el historiador norteamericano Hiram Bingham, experimentaba la inmensa sorpresa de encontrar, tapada por el follaje, la majestuosa ciudadela de Machu Picchu, centro ceremonial inca que permanecía "perdido" desde hacía más de cuatrocientos años. También Bingham, respetando la tradición de todo explorador, había sido conducido por los manuscritos de un cronista español del siglo XVII, Fernando de Montesinos. En éstos, y en muchos otros casos, ciertas variables se repiten. Variables que la literatura de ficción hizo propias y que consiguen todavía captar el interés de miles de lectores contemporáneos.
Cuando uno se mete en la piel de cualquier explorador reconocido, y accede a sus propios relatos de viaje, se detectan una serie de pasos que parecieran ser obligatorios. En primer lugar, la fuente documental encontrada al azar en alguna polvorienta biblioteca y a la que nunca nadie antes le prestara atención. En segundo término ubicamos a la expedición propiamente dicha, con sus sacrificios, sinsabores y peligros.
El explorador queda en un segundo plano y el paisaje, los insectos y el clima pasan a ocupar la escena. "El mito de El Dorado ha sido la concreción más tenaz de la noción mágica de la riqueza que caracterizó a los pueblos de Occidente. La riqueza era algo que se encontraba por azar y fortuna. Fortuna y azar eran la misma cosa, aquella deidad que rodaba insegura sobre una alada rueda. La riqueza era el tesoro oculto que se topaba por suerte o por revelación sobrenatural. Desde el tesoro del Rey Salomón y la cueva de Alí Babá hasta las hadas amigas que regalaban palacios, ciudades y reinos, el descubrimiento de América (o el de cualquier zona inexplorada) le dio, a esas viejas creencias en la riqueza prodigiosa, un asiento y una posibilidad ciertos" . Sorprende, pues, observar cómo detrás de toda ciudad perdida brilla siempre el sueño del oro. Ese sueño se mantuvo, persistió largamente; y, aún hoy, en países como el Perú, es imposible no pasar un día sin escuchar hablar de tesoros o "tapados" perdidos.La riqueza fácil sigue siendo un sueño compartido por muchos, máxime si la época es de crisis.
-------- Parte 3
América, lejos de desechar los viejos mitos, alimentó y ofreció nuevas fuerzas. Sus regiones, aún inexploradas a fines del siglo XIX (19), especialmente en la zona amazónica, continuaron conservando la posibilidad de encontrar en ellas los restos de civilizaciones perdidas. Una de ellas, citada por Platón en el siglo IV a. C., y revivida, con enorme éxito, por la Teosofía y la prédica de místicos y charlatanes, pareció ponerse de moda. Estamos haciendo referencia a la misteriosa Atlántida; esa que se hundiera en una sola noche, llevándose sus avances y conocimientos al fondo del mar, pero dándole tiempo a sus últimos y precavidos habitantes a viajar hacia América y dar origen a las sorprendentes culturas precolombinas.
Los incontenibles deseos por encontrarla realmente se fueron acumulando a lo largo de los siglos. Incluso en nuestros días una expedición británica intenta rescatar el pasado atlante en el Altiplano boliviano Con fecha 23 de marzo de 1998, una agencia noticiosa lanzó al mundo la primicia de que el explorador John Blashford-Snell, junto con un equipo de arqueólogos bolivianos, había localizado a orillas del río Desaguadero (que desemboca en el lago Titicaca) un gran pedestal y dos estatuas correspondientes a la civilización preincaica de Tiahuanaco y que, según el explorador inglés, podrían indicar que están bien encaminados en la búsqueda de los restos de la mítica ciudad de Atlántida, que él ubica en el sitio del lago Poopó. Pero Blashford-Snell no es, ni ha sido el único, en buscar la imaginaria tierra de Platón en suelo americano. Tuvo un antecesor más audaz y soñador. Nos referimos, pues, al coronel Percy Harrison Fawcett. Las ciudades perdidas fueron su gran debilidad y es, con seguridad, el explorador que mejor supo captar la emoción que despiertan los rumores y las leyendas de la selva, respecto de ellas. Todo su peregrinar por Bolivia, Perú y Brasil estuvo, de algún modo, motivado por esos cuentos, que lo guiaron e hicieron ver aquello que, efectivamente, deseaba ver.
En Fawcett se condensan, como en pocos, los más exóticos delirios exploratorios; esos que van desde monstruos prehistóricos, hasta ruinosos restos cubiertos de moho, pertenecientes a la legendaria Atlántis. En él, el rumor fue una fuente fidedigna de información. Indios, caucheros, bribones y poco confiables funcionarios públicos, se transformaron en las catapultas que lo impulsaron a recorrer miles de kilómetros de insumisa selva, tras comentarios que raras veces trataba de confirmar. Pospuso durante años la "gran expedición de su vida", en la que encontraría la ciudad que él denominaba con la letra "Z"; y quiso el destino que en ese proyecto, concretado en 1925, perdiera su vida. En su crónica de exploraciones, Fawcett relata las circunstancias prototípicas de un encuentro casual con ruinas perdidas (circunstancias que todavía en la actualidad son posibles escuchar cuando uno se interna en la selva amazónica).
En cierta oportunidad cuenta que "Se habían descubierto aquí (Matto Grosso) inscripciones en las rocas y cerca del pueblo de Conquista un anciano que regresaba de Ilheos una noche perdió un buey, y siguiendo sus huellas por el matto grosso, se encontró en la plaza de una antigua ciudad. Pasó debajo de los arcos, encontró calles de piedra y vio, en el centro de la plaza, la estatua de un hombre. Aterrorizado, huyó de las ruinas. Esto me hizo pensar que quizá este anciano había tropezado con la ciudad de 1753 (ciudad que Fawcett buscaba, y de la que había leído por primera vez en una antigua crónica portuguesa, con la fecha en cuestión). La obsesión del coronel inglés por encontrar la ciudad "Z" se sostuvo firme durante toda su vida. La desaparición que sufriera en la jungla brasileña (1925) y la publicación postmortem de su libro, desataron las ansias reprimidas de muchos por imitarlo y, detrás de sus esquivos pasos, siguieron desapareciendo exploradores. El misterio de la ciudad se agigantó con el misterio de su muerte y, aún después de haber transcurrido setenta y ocho años desde que se tuviera la última noticia de Fawcett, la leyenda sigue atrayendo al público, y el Times de Londres manteniendo vigente la recompensa por tener noticias fidedignas del explorador.
El ejemplo de Percy H. Fawcett es paradigmático. Su relato condensa el espíritu de muchas de las crónicas, españolas y portuguesas, de la época de la conquista de América; sus comentarios y actitudes (que creemos recreadas y adornadas, varios años después de haber vivido sus experiencias en la selva) recibieron también el innegable aporte de la literatura de ficción y aventura de su época. Las referencias que el propio autor hace de Arthur Conan Doyle ya han sido analizadas; pero hay otro ejemplo que permite intuir que Fawcett escribió en realidad una novela de su propia vida. En el capítulo 1º de "A Través de la Selva Amazónica", tras contarnos los esfuerzos de un anónimo cronista del siglo XVIII (18), que él bautiza antojadizamente con el nombre de Francisco Raposo, Fawcett hace pública una historia que define como "fascinante". Cuenta del hallazgo de un documento portugués, "que aún se conserva en Río de Janeiro" , en el que se especifican los pasos seguidos por un grupo de aventureros, encabezados por el tal Raposo, y las circunstancias fortuitas del encuentro con una ciudad perdida.
----------- fin de introduccion a ciudades perdidas ----------
Material facilitado por:
Fernando Jorge Soto Roland Profesor Universitario en Historia UNMdP- Argentinaweb
Del Libro: Vilcabamba “La Vieja” y su espíritu de resistencia .
En el programa entrevistamos a Fernando Jorge Soto Roland quien nos contó sobre su experiencia en la expedicion a Vilcabamba La Vieja en el año 1998.
Enlace a su pagina web donde podran leer mas:
http://letras-uruguay.espaciolatino.com/aaa/soto_fernando/la_pampa_de_los_fantasmas.htm